

En el minuto 90+3, cuando todo parecía perdido para el Inter de Milán, Francesco Acerbi, central de 37 años, se elevó por encima de todos y marcó el gol que forzó la prórroga contra el FC Barcelona en la vuelta de la semifinal de la Champions League. Ese tanto selló una clasificación histórica con un global de 7-6 para el equipo italiano.
Pero la verdadera épica de Acerbi no se escribió en un estadio, sino en los pasillos de un hospital.
En 2013, Acerbi tocó fondo. La muerte de su padre lo hundió en el alcoholismo y en una crisis existencial. Todo cambió cuando, durante un examen médico previo a su fichaje por el Sassuolo, se le detectó un tumor testicular. Fue operado, pero meses después, un antidoping reveló una recaída del cáncer.
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Tuvo que someterse a quimioterapia intensiva a inicios de 2014. El tratamiento lo alejó temporalmente del fútbol, pero lo devolvió a la vida. “El cáncer fue mi suerte. Doy gracias a Dios por haberlo tenido”, ha dicho el defensor.
Ese proceso fue un punto de quiebre. Acerbi cambió sus hábitos, reconstruyó su carrera y su salud mental. Hoy, su historia es un símbolo de superación y un llamado a la detección temprana del cáncer.
Con su primer gol en Champions, Acerbi ha quedado en los libros de historia del Inter. Pero para quienes conocen su historia, ya era un campeón mucho antes de ese cabezazo agónico.